Por Joel Cruz Cotero
Vista ley en su conjunto, me parece que
parte de una de las premisas más siniestras que ha tenido el derecho moderno, y
es la premisa de ‘separados pero iguales’.
Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Ministro de la SCJN
Desde hace mucho tiempo me he considerado una persona completamente
liberal. Sin embargo, han existido algunos temas en los que he sido un poco
reacio a que se cambie el status quo. Particularmente, estos temas han
sido el aborto, la pena de muerte y las adopciones homoparentales. En todos
estos casos, he defendido mis posiciones con argumentos que yo consideró
moralmente válidos, y siempre he intentado mantener los dogmas lo más alejado
posible. Aparte, mi ideario siempre ha estado evolucionando por mis contantes
reflexiones y la deliberación de ideas con otras personas —práctica que he
defendido y promovido. Dicho esto, hoy en día, solamente estoy parcialmente en
contra del aborto, y quiero aclarar que mis argumentos con respecto a este tema
siguen siendo en pro de la libertad.
Mas, en esta ocasión quise escribir sobre cómo, de no estar de acuerdo con
las adopciones homoparentales, hoy estoy completamente a favor de éstas. En
principio, apoyé los matrimonios entre personas del mismo sexo, pues era lo
correcto y justo, ya que de acuerdo con los ideales liberales —principalmente
las ideas de John Stuart Mill—, el Estado no debe limitar a los individuos, en
cuanto no atenten contra un tercero, ya que es donde termina la libertad del
primero. En este sentido, una persona (o una pareja) es libre de casarse con
quien mejor le plazca pues, dicha decisión no afecta a nadie más que aquel que
tome ésta.
Sin embargo, en la misma línea argumentativa, yo tenía un problema para
apoyar las adopciones homoparentales: el adoptado ya contaba como un tercero.
Me causaba mucho ruido el posible daño psicológico que podría sufrir este
adoptado; no hablo sobre los padres (quienes seguramente le darían una
educación ejemplar), sino por el resto de la sociedad conservadora de México.
En esta circunstancia, el adoptado ya estaba afectado por una decisión ajena a
él (o ella). Seguramente, en una cuantas décadas, la sociedad se iba a hacer
más tolerante, y entonces este problema que tenía iba a desaparecer. Así, las
cosas serían distintas. Sin embargo, no me parecía pertinente apoyar que se
legislara a favor con las circunstancias actuales.
Ahora bien, lo interesante es: ¿qué fue lo que hizo que cambiara mi
posición? Todo fue de forma progresiva. Para comenzar, una vez estando comiendo
con un par de amigos, justo cuando acaban de aprobar los matrimonios entre
personas del mismo sexo y las adopciones homoparentales en la Ciudad de México,
nos pusimos a platicar sobre el tema. Yo estaba feliz —y de acuerdo— con el
primer cambio legislativo, pero no con el segundo —por las razones que mencioné
anteriormente. No obstante, mi gran amiga, Gabriela Anzo, comentó que estaba
bien que se hubieran aprobado las adopciones homoparentales, pues la sociedad
se iba a ver en la necesidad de cambiar, si y sólo si, se enfrentaba a un shock,
—como en este caso eran las recién leyes aprobadas. Tenía toda la razón y me
dejó mucho que pensar. A partir de este día mi posición pasó a ser incierta.
La segunda gran transformación fue reciente. De hecho, todo cambio (como la
canción), cuando leyendo en las redes sociales, me enteré que el Congreso de
Campeche había prohibido la adopción de menores a las parejas del mismo sexo.
Ante dicha situación, el 11 de agosto de 2015, la Suprema Corte de Justicia de
la Nación declaró inconstitucional la norma aprobada por la legislatura
campechana, ya que consideraba que era discriminatoria. A partir de este día,
la adopción homoparental iba a estar permitida en todo el país, y al igual que
mi amiga, los ministros tenían razón en defender esta cuestión.
Con lo dicho por los ministros, yo recordé a Montesquieu, quien dijo que:
En un Estado, es decir, en una sociedad en
la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se
debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer. Hay que
tomar conciencia de lo que es la independencia y de lo que es la libertad. La
libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permitan, de modo que si
un ciudadano pudiera hacer lo que las leyes prohíben, ya no habría libertad,
pues los demás tendrían igualmente esta facultad.[1]
En este sentido, para Montesquieu, la libertad se basa en que las leyes
establecidas sean las mismas para todos. De manera que las leyes que son para
unos, tienen que ser para todos; entonces, si la adopción se le permite a unos,
se les tiene que permitir a todos.
Con esta nueva reflexión, ahora creo que, en efecto, si una ley discrimina,
debe hacerlo con todos, de lo contrario no lo debe hacer con nadie. Lo que hizo
la legislatura campechana era discriminatorio, y la Suprema Corte actuó bien en
defender las garantías individuales del grupo minoritario afectado. Tal como
dijo el ministro Ortiz Mena, lo que habían aprobado en Campeche era la falacia
de que es correcta una ley que promueva la idea de “iguales pero separados”,
como pasó en Estados Unidos, antes de los años sesenta, o en Sudáfrica con el
Apartheid. En todos estos casos, la discriminación hacía que las leyes no
promovieran la libertad por lo que no podían estar justificadas.
Ahora, esta decisión es probable que no quite los daños psicológicos y
sociales del adoptado; sin embargo, también un niño adoptado podría sufrir
estos daños si el caso se diera con otros grupos minoritarios y marginados.
¿Estaría justificado que se le prohibiera tener hijos adoptados a minorías
religiosas como testigos de Jehová? Pensando en este ejemplo, estos niños
también iban a ser discriminados por la sociedad, y nunca he oído que se les
prohíba a algún tipo de parejas adoptar, salvo en el caso que los integrantes
de ésta sean mismo sexo. Y en realidad se podría encontrar tantos alegatos para
que los niños adoptados tuvieran problemas psicológicos como para prohibir la
adopción en sí, pero ya sería demasiado. También, ahora considero que los daños
a los menores son más bien colaterales que deliberados, por lo que no existe
razón por la que sea aceptado crear leyes paternalistas que en realidad
terminan por discriminar.
Por último, si alguien está tan preocupado por si es correcta (o no) la
decisión de adoptar, ésta debe ser analizada nada más por aquellos que estén
dispuestos a hacerlo. Los pros y los contras deberán ser analizados por las
parejas interesadas y por nadie más. El estado y la sociedad no tienen vela en
el entierro sobre este juicio. Las cuestiones éticas y morales deben quedar en
lo privado, y el Estado sólo deberá garantizar los derechos de sus ciudadanos.
Ya lo único que me queda mencionar es que aplaudo nuevamente la decisión de la
Suprema Corte que tomó apenas hace unos días permitiendo que cualquier pareja
pueda adoptar a un menor de edad.
Publicado el 20 de agosto de 2015 en masdimensiones.com
[1] Charles Louis De
Secondat Baron de Montesquieu, Del Espíritu de las Leyes, traducido por
Mercedes Blázquez y Pedro de la Vega (España: Tecnos, 2007), libro XI, cap. 3,
173-4.
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