Por
Joel Cruz Cotero
“Con las
crecientes desigualdades, una crisis económica mundial que no cede, y con una
frustración social que esto provoca, el mundo de hoy está expuesto a la amenaza
de nuevos populismos de izquierda y de derecha, todos riesgosos por igual.”
Enrique Peña Nieto, Presidente de
México
Al
Presidente Enrique Peña Nieto, al igual que yo, le preocupa las tentaciones
populistas que amenazan a México y a otras partes del globo. Una de la
vertientes de su tercer informe de gobierno fue precisamente la advertencia
hacia los populismos y demagogias. En su visita a las Naciones Unidas, Peña
nuevamente hizo una advertencia sobre los populismos. El Presidente dio en el
clavo, pues, al menos en México, ante el hartazgo que existe en la ciudadanía,
los populismos son realmente una amenaza.
Y
en efecto creo que el populismo es algo indeseable para el país pues representaría
la victoria de uno o varios caudillos sobre las instituciones. El populismo
implicaría que las leyes de unos estarían sobre la ley del Estado. Y por
supuesto que en lugares donde las crisis se han convertido en el modus vivendi
de la población, los populismos y los demagogos son muy atractivos. La historia
nos puede dar varios ejemplos, entre los más famosos que se tienen son: Adolfo
Hitler y Benito Mussolini; y los latinoamericanos: Carlos Menem, Alberto
Fujimori, Evo Morales y Hugo Chávez –y por supuesto su mal aprendiz Nicolás
Maduro. En todos los casos, estos hombres llegaron como mesías para aliviar
todos los males que acaecían los pueblos que ellos “representaban”.
El
problema del caudillo, líder popular, representante de la nación, comandante, o
como se le quiera conocer al demagogo, es que éste tiene la idea de que es la
salvación de la nación. Los poderes paralelos pierden su fin de realizar su
trabajo de pesos y contrapesos, pues revisar al populista implicaría traicionar
al pueblo y a la nación. De igual manera, cualquiera que se oponga al líder
puede llegar a ser considerado traidor a la patria. En el mejor de los casos,
el populista va a decepcionar a la población; en el peor de los casos, va a
destruir cualquier ingeniería institucional que haya existido. Mas el resultado
va a depender mucho de qué tan fuertes son las instituciones al momento en que
el populista llegue al poder. Es decir, todo dependerá de que tanto podrán las
instituciones frenar al populista. Si no lo pueden hacer, si existe una
democracia –aunque sea débil–, ésta podría incluso desaparecer. En este
sentido, aunque sólo estoy especulando, López Obrador representaría un mayor
problema que Donald Trump, en caso de que cualquiera llegara al poder.
Otro
gran problema que tienen los populistas es que polarizan a la población que
tienen a su mando: los arios contra los impuros, los ricos contra los pobres o
los comunistas contra los capitalistas; creando al final la idea de que existe
una lucha de nosotros contra los otros. En el caso de que el demagogo llegue a
tener éxito, los opositores desaparecen y se les empezarán a conocer como
disidentes, traidores o enemigos. La desunión de los grupos sociales nunca es
positiva, pues al final puede generar odios que después podrán ser difíciles de
subsanar. Además, de que si los opositores se quedan sin voz, es muy probable
que empiecen a buscar alternativas más violentas como un golpe de estado o una
revolución.
Sé
bien que hay muchas cosas que el Presidente puede ser, pero populista no lo es.
Incluso, le podría comprar la idea de que es enemigo de éstos. Sin embargo, el
ser enemigo de una idea o un sistema, no lo va a combatir. Es decir, el hecho
de que Peña haya reconocido esta amenaza, no implica que esté haciendo algo
para erradicarla. No sé si el Presidente piensa que con sólo advertirnos del
peligro, como por arte de magia, van a desaparecer las tentaciones hacia el
populismo; porque si es así, está muy equivocado.
En
México, las tentaciones hacia el populismo existen por las grandes desigualdades
económicas que existen en el país, y por el alejamiento de la clase política de
la ciudadanía. Sería muy injusto adjudicarle todo a Peña si un populismo
llegara a México, pero si sería un gran culpable. La desigualdad y la pobreza
no han tenido avances significativos desde la década de los ochenta, y aunado a
esto, la transición a la democracia decepcionó cuando Fox no aprovechó el bono
democrático para lograr los anhelados cambios. Con Calderón y su guerra con el
narcotráfico el país se continuó desdibujando más. Y ahora, el Presidente Peña
no ha hecho las cosas mejor.
Peña
dio un buen diagnóstico en su tercer informe de gobierno y en su discurso en la
ONU, mas pareciera que su administración está cultivando el terreno idóneo para
el nacimiento de un populismo. De por si, muchos mexicanos ya sienten un gran
desencanto por la democracia –se puede apreciar al leer todos los días los
periódicos y en muchas de las pláticas cafeteras que hay–, y ahora se siente
que Peña y su administración están haciendo todo lo contrario para crear mayor
confianza de la ciudadanía hacia el gobierno y la clase política. El mal manejo
de los casos de Iguala y Tlatlaya; los conflictos de interés sin resolver; la
ineficiencia que se mostró con la fuga del Chapo; la falta de sensibilidad de
la esposa del Presidente; los casos de corrupción dentro del gabinete, y los
interminables discursos que tratan de apantallar a los mexicanos, no están
ayudando mucho a parar a los populismos y sus demagogos. La ciudadanía está
desencantada y harta, al mismo tiempo que se está quedando sin opciones viables
que generen un verdadero cambio.
Lo
peor de todo lo que ocurre es que las acciones que ha tomado el Presidente y su
equipo indican que no va a haber un giro
de timón. Hay señales que me hacen pensar que la premisa anterior es cierta
como: la controvertida designación de Arturo Escobar como subsecretario de
Prevención del Delito y Participación Ciudadana; los movimientos y cambios que
se han dado en el gabinete; la nula atención a los reclamos de académicos,
intelectuales, periodistas, observadores internacionales y ciudadanos, y las
ridículas explicaciones que se han dado a las distintas crisis como lo de los
normalistas de Ayotzinapa, la adquisición de la Casa Blanca, la fuga del Chapo,
etcétera.
Así,
la tentación hacia un populismo es cada vez más realista. Muchos ciudadanos, y
con mucha razón, piensan que los populistas ya son la última alternativa. ¿Qué
se debería hacer? Fortalecer las instituciones al hacer los mecanismos más
transparentes, y al crear nuevas formas –y más eficientes– de rendición de
cuentas de la clase política hacia la ciudadanía. De igual forma, es necesario
que se generen los incentivos adecuados que permitan al país tener un crecimiento
económico más sostenido y una redistribución más justa. Sin embargo, no parece
que el gobierno vaya a realizar este titánico trabajo, y la oposición no ha
convencido de que pueden ser una buena alternativa. Entonces, la única opción que
parece existir para frenar a los populismos es una buena candidatura
independiente –y tal vez podría ser un buen candidato de un partido o coalición
política, pero ya parece poco creíble. Sin embargo, hoy en día, en el contexto
en el que vivimos, el populismo y los demagogos son una amenaza real a la que
si le debemos poner atención pues si es creíble que lleguen al poder.
Por
último, creo que hay que prestarle atención a la propuesta de la candidatura
independiente que se dice que están preparando algunas personalidades como
Diego Fernández de Ceballos, Juan Ramón de la Fuente, Héctor Aguilar Camín y
Jorge Castañeda. Podría ser una buena alternativa para 2018.