viernes, 25 de septiembre de 2015

Participación ciudadana II: Respuesta a Felipe Reyes

Por Joel Cruz Cotero

El voto es el instrumento más poderoso jamás concebido por el hombre para derribar la injusticia y destruir las terribles paredes que encarcelan a hombres por ser diferentes de otros hombres.

Lyndon B. Johnson

En la columna anterior escribí algunas reflexiones sobre el votante mexicano, en respuesta a las columnas Apatía Política I, II & III de mi colega Felipe Reyes. En esta ocasión reflexionaré sobre las soluciones que podrían ayudar a mejorar la participación ciudadana en las elecciones y la calidad de nuestra democracia.

Aclararé, primero, que la baja participación en las elecciones no es un fenómeno particular en México; hay democracias avanzadas con la misma dificultad. Por ejemplo, la participación en las últimas elecciones intermedias de Estados Unidos fue de 42.5% en 2014, 48.59% en 2010 y de 47.52% en 2006.[1] La participación en este país es muy similar a la de México —incluso, en algunas ocasiones ha sido más baja—, y no creo que alguien ponga en duda su estatus como democracia.


Elementos que influyen en los niveles de participación

Hay cuatro elementos esenciales que influyen en los niveles de participación en las elecciones mexicanas: el sistema de gobierno, las reglas electorales, la universalidad del voto y la obligatoriedad del voto. Explicaré, brevemente, cada uno de estos elementos y después hablaré sobre los cambios se podrían hacer para mejorar la participación en elecciones; específicamente, me voy a concentrar en la obligatoriedad del voto.

En primer lugar, México tiene un sistema presidencial, por lo que las elecciones del ejecutivo y del legislativo son completamente independientes. De esta manera, cuando se elige al ejecutivo, hay más participación —pues se tiene la idea de que el Presidente es más importante que un Diputado o un Senador—, en comparación con las elecciones legislativas.

En segundo lugar, en México, el Presidente, el 60% de la Cámara Baja y el 75% de la Cámara Alta son electos por la regla de mayoría simple, es decir, el que tiene más votos es el que gana la Presidencia o el distrito. Este sistema —a diferencia de la representación proporcional— genera incentivos para que los políticos no busquen la movilización de los votantes en donde tienen grandes desventajas —de hecho, es posible que llamen a la gente a que no vote—, ya que el ganador se lo lleva todo.

En tercer lugar, en México, el voto es universal. A mayor porcentaje de la población con derecho al sufragio, menor la participación electoral. En otras épocas y otros lugares, cuando sólo podían votar los hombres libres adinerados, era mucho más sencillo hacer que todos emitieran su voto para elegir a un candidato. Hoy en día, en México, el sufragio es prácticamente universal —sólo los menores de 18 años, los reos, extranjeros y aquellos que tengan una discapacidad mental grave son los que no tienen derecho al voto.

Por último, en México, el voto no es obligatorio. En este sentido, los únicos estímulos que hay para aquellos que acuden a las urnas son las campañas y el deber cívico que cada ciudadano siente. La alta participación en países como Bélgica y Australia se explica por la obligatoriedad del voto, mientras que en México y Estados Unidos no lo es.


La necesidad de mayor participación y su solución    

Dicho lo anterior, ¿Por qué sería deseable que la participación en las elecciones aumentara?, y ¿qué se podría hacer para incrementar la participación?
Respondiendo a la primera pregunta, es importante mencionar que la baja participación no atenta contra el sistema democrático, pues en realidad los ciudadanos tienen, en todo momento, el derecho a votar. Sin embargo, mientras más participación haya en una elección, el sistema democrático será más legítimo e igualitario. Por lo tanto, aumentar la participación en las elecciones es deseable.

Según Annabelle Lever,[2] usualmente los que menos salen a las urnas son los votantes más jóvenes, los votantes menos educados y los votantes con menores ingresos. En consecuencia, estos votantes no están representados en el gobierno —entendiéndolo como los poderes ejecutivo, legislativo y judicial— por lo que una dictadura electiva —legitimada por aquellos que sí votan— provoca desigualdad de representación y una menor legitimidad del gobierno conformado.

De igual forma, la democracia es un bien público, en donde todos los ciudadanos se benefician del sistema, sin importar si votan o no. La cuestión es que al ser un bien público, el sistema se presta a que haya oportunistas (free-riders) que no votan —ni participan de alguna otra manera en la vida pública— y que se benefician de aquellos que sí lo hacen. De ahí que, la representación desigual y la inmoralidad del oportunismo dan pie a que se justifique el incremento de la participación.

Ahora, sobre la respuesta de la segunda pregunta, considero que una solución viable es hacer obligatoria la participación en México. Esto implicaría que, por ley, todos los votantes estarían obligados a acudir a las urnas. Sobre este tema hay algunas objeciones sobre la violación al derecho de abstenerse. Sin embargo, no habría violación al derecho a abstenerse si en la boleta el ciudadano tuviera la opción a anular su voto; esto implicaría dar validez legal, en algunos casos, al voto nulo. Así, hablaríamos —en realidad— de la participación obligatoria, y no del voto obligatorio. Ahora bien, obligar a la gente a asistir a las urnas no viola ninguna libertad básica, además es una obligación que debería tener cualquier ciudadano —así como lo es pagar impuestos.


Finalmente, a modo de conclusión, Lyndon B. Johnson tenía razón al afirmar que, mediante el voto, el ciudadano puede combatir la injusticia y expresar sus deferencias de los otros.


Publicado en masdimensiones.com el 23 de septiembre de 2015. 



[1] Institute for Democracy and Electoral Assistance, “Voter turnout data for United States” http://www.idea.int/vt/countryview.cfm?id=231#pres (Fecha de consulta: 18 de septiembre de 2015).
[2] Annabelle Lever, “Compulsory Voting: A Critical Perspective”, British Journal of Political Science, Vol. 40, No. 04 (octubre, 2010): 897-915.

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