viernes, 2 de octubre de 2015

Populismos y demagogias

Por Joel Cruz Cotero

“Con las crecientes desigualdades, una crisis económica mundial que no cede, y con una frustración social que esto provoca, el mundo de hoy está expuesto a la amenaza de nuevos populismos de izquierda y de derecha, todos riesgosos por igual.”

Enrique Peña Nieto, Presidente de México

Al Presidente Enrique Peña Nieto, al igual que yo, le preocupa las tentaciones populistas que amenazan a México y a otras partes del globo. Una de la vertientes de su tercer informe de gobierno fue precisamente la advertencia hacia los populismos y demagogias. En su visita a las Naciones Unidas, Peña nuevamente hizo una advertencia sobre los populismos. El Presidente dio en el clavo, pues, al menos en México, ante el hartazgo que existe en la ciudadanía, los populismos son realmente una amenaza.

Y en efecto creo que el populismo es algo indeseable para el país pues representaría la victoria de uno o varios caudillos sobre las instituciones. El populismo implicaría que las leyes de unos estarían sobre la ley del Estado. Y por supuesto que en lugares donde las crisis se han convertido en el modus vivendi de la población, los populismos y los demagogos son muy atractivos. La historia nos puede dar varios ejemplos, entre los más famosos que se tienen son: Adolfo Hitler y Benito Mussolini; y los latinoamericanos: Carlos Menem, Alberto Fujimori, Evo Morales y Hugo Chávez –y por supuesto su mal aprendiz Nicolás Maduro. En todos los casos, estos hombres llegaron como mesías para aliviar todos los males que acaecían los pueblos que ellos “representaban”.

El problema del caudillo, líder popular, representante de la nación, comandante, o como se le quiera conocer al demagogo, es que éste tiene la idea de que es la salvación de la nación. Los poderes paralelos pierden su fin de realizar su trabajo de pesos y contrapesos, pues revisar al populista implicaría traicionar al pueblo y a la nación. De igual manera, cualquiera que se oponga al líder puede llegar a ser considerado traidor a la patria. En el mejor de los casos, el populista va a decepcionar a la población; en el peor de los casos, va a destruir cualquier ingeniería institucional que haya existido. Mas el resultado va a depender mucho de qué tan fuertes son las instituciones al momento en que el populista llegue al poder. Es decir, todo dependerá de que tanto podrán las instituciones frenar al populista. Si no lo pueden hacer, si existe una democracia –aunque sea débil–, ésta podría incluso desaparecer. En este sentido, aunque sólo estoy especulando, López Obrador representaría un mayor problema que Donald Trump, en caso de que cualquiera llegara al poder.

Otro gran problema que tienen los populistas es que polarizan a la población que tienen a su mando: los arios contra los impuros, los ricos contra los pobres o los comunistas contra los capitalistas; creando al final la idea de que existe una lucha de nosotros contra los otros. En el caso de que el demagogo llegue a tener éxito, los opositores desaparecen y se les empezarán a conocer como disidentes, traidores o enemigos. La desunión de los grupos sociales nunca es positiva, pues al final puede generar odios que después podrán ser difíciles de subsanar. Además, de que si los opositores se quedan sin voz, es muy probable que empiecen a buscar alternativas más violentas como un golpe de estado o una revolución.

Sé bien que hay muchas cosas que el Presidente puede ser, pero populista no lo es. Incluso, le podría comprar la idea de que es enemigo de éstos. Sin embargo, el ser enemigo de una idea o un sistema, no lo va a combatir. Es decir, el hecho de que Peña haya reconocido esta amenaza, no implica que esté haciendo algo para erradicarla. No sé si el Presidente piensa que con sólo advertirnos del peligro, como por arte de magia, van a desaparecer las tentaciones hacia el populismo; porque si es así, está muy equivocado.

En México, las tentaciones hacia el populismo existen por las grandes desigualdades económicas que existen en el país, y por el alejamiento de la clase política de la ciudadanía. Sería muy injusto adjudicarle todo a Peña si un populismo llegara a México, pero si sería un gran culpable. La desigualdad y la pobreza no han tenido avances significativos desde la década de los ochenta, y aunado a esto, la transición a la democracia decepcionó cuando Fox no aprovechó el bono democrático para lograr los anhelados cambios. Con Calderón y su guerra con el narcotráfico el país se continuó desdibujando más. Y ahora, el Presidente Peña no ha hecho las cosas mejor.

Peña dio un buen diagnóstico en su tercer informe de gobierno y en su discurso en la ONU, mas pareciera que su administración está cultivando el terreno idóneo para el nacimiento de un populismo. De por si, muchos mexicanos ya sienten un gran desencanto por la democracia –se puede apreciar al leer todos los días los periódicos y en muchas de las pláticas cafeteras que hay–, y ahora se siente que Peña y su administración están haciendo todo lo contrario para crear mayor confianza de la ciudadanía hacia el gobierno y la clase política. El mal manejo de los casos de Iguala y Tlatlaya; los conflictos de interés sin resolver; la ineficiencia que se mostró con la fuga del Chapo; la falta de sensibilidad de la esposa del Presidente; los casos de corrupción dentro del gabinete, y los interminables discursos que tratan de apantallar a los mexicanos, no están ayudando mucho a parar a los populismos y sus demagogos. La ciudadanía está desencantada y harta, al mismo tiempo que se está quedando sin opciones viables que generen un verdadero cambio.

Lo peor de todo lo que ocurre es que las acciones que ha tomado el Presidente y su equipo indican que  no va a haber un giro de timón. Hay señales que me hacen pensar que la premisa anterior es cierta como: la controvertida designación de Arturo Escobar como subsecretario de Prevención del Delito y Participación Ciudadana; los movimientos y cambios que se han dado en el gabinete; la nula atención a los reclamos de académicos, intelectuales, periodistas, observadores internacionales y ciudadanos, y las ridículas explicaciones que se han dado a las distintas crisis como lo de los normalistas de Ayotzinapa, la adquisición de la Casa Blanca, la fuga del Chapo, etcétera.

Así, la tentación hacia un populismo es cada vez más realista. Muchos ciudadanos, y con mucha razón, piensan que los populistas ya son la última alternativa. ¿Qué se debería hacer? Fortalecer las instituciones al hacer los mecanismos más transparentes, y al crear nuevas formas –y más eficientes– de rendición de cuentas de la clase política hacia la ciudadanía. De igual forma, es necesario que se generen los incentivos adecuados que permitan al país tener un crecimiento económico más sostenido y una redistribución más justa. Sin embargo, no parece que el gobierno vaya a realizar este titánico trabajo, y la oposición no ha convencido de que pueden ser una buena alternativa. Entonces, la única opción que parece existir para frenar a los populismos es una buena candidatura independiente –y tal vez podría ser un buen candidato de un partido o coalición política, pero ya parece poco creíble. Sin embargo, hoy en día, en el contexto en el que vivimos, el populismo y los demagogos son una amenaza real a la que si le debemos poner atención pues si es creíble que lleguen al poder.


Por último, creo que hay que prestarle atención a la propuesta de la candidatura independiente que se dice que están preparando algunas personalidades como Diego Fernández de Ceballos, Juan Ramón de la Fuente, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda. Podría ser una buena alternativa para 2018.