viernes, 8 de junio de 2007

Reformas al Presidencialismo mexicano

Joel Cruz Cotero

“Si hay que cambiar las reglas, cambiemos las reglas, hagámoslo para adecuarlas a los nuevos tiempos que vivimos”.

Felipe Calderón Hinojosa

Desde hace ya varias décadas ha existido México el debate de qué sistema político conviene más para hacer que el país un desarrollo óptimo y una democracia más sólida. Las dos tendencias principales son: el presidencialismo, en el que el Poder Ejecutivo y Legislativo son independientes, y el parlamentarismo, en el que el Poder Ejecutivo depende del Legislativo. Mismas que para el presente estudio, el autor considera que la más adecuada para México es el presidencialismo. El parlamentarismo a pesar de su gran éxito en las naciones europeas, no podría funcionar, debido a que el presidencialismo ha dominado en casi todo el continente Americano por más de dos siglos, incluyendo a México, y sería muy difícil hacer un cambio radical al intentar parlamentarizar a cualquiera de los Estados. Es difícil cambiar la cultura que se ha desarrollado a lo largo de la historia mexicana. Sin embargo, no se puede afirmar que el sistema presidencialista mexicano es perfecto. México indudablemente no podría soportar un parlamentarismo, mas es necesario modificar el presidencialismo.

El presidencialismo tiene tres características principales. La primera es la elección de un Presidente, de manera popular y directa. La segunda es que el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo se encuentran separados, ambos son legítimos al provenir de la decisión de la mayoría. Y la tercera es que tanto el Presidente como el Congreso tienen periodos fijos. De acuerdo con estas características se podrán analizar las desventajas del sistema presidencialista mexicano.

La elección popular y directa

En México el cargo de Presidente sólo lo puede ocupar una persona, por lo tanto la elección presidencial tiene una gran importancia. El candidato ganador es el que se lleva todo y por lo tanto tendrá el control absoluto del Ejecutivo por el periodo establecido de seis años. “En una elección presidencial, sea cual sea la pluralidad alcanzada, el candidato victorioso gana todo el ejecutivo, mientras que un líder que aspire a ser primer ministro cuyo partido gane menos de un 51 por ciento de los escaños no puede formar un gobierno que no sea de coalición, mientras que un Presidente con el mismo voto sí puede”[1].

Debido a que el premio del juego es muy grande y sólo existe un ganador, en las elecciones presidenciales se arriesga todo y se pelea agresivamente para obtener el cargo. El `perdedor no se lleva nada y aunque esto es legal en realidad no es del todo justo. En las elecciones de 2006, la contienda estuvo muy cerrada. El candidato conservador, Felipe Calderón Hinojosa, obtuvo 35.88% de los votos; mientras que el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, obtuvo 35.31%[2]. La diferencia fue de 0.57% del electorado que representa a menos de 250 mil electores de los casi 42 millones. A pesar de la cercanía de los resultados Calderón consiguió el cargo y por lo tanto es quien tendrá que representar a todos los mexicanos y no sólo a los que votaron por él.

Existen dos propuestas para solucionar los conflictos presentados en el párrafo anterior, que al aplicarlas, podrían mejorar sin duda el presidencialismo. La primera es establecer una segunda vuelta al proceso electoral. Esto con el objetivo de evitar elecciones tan cerradas como las que se llevaron a cabo en 2006. “México es uno de los poquísimos países en América Latina en que todavía se usa la regla de la mayoría relativa simple para la elección del Presidente de la República. (…) La regla de la mayoría relativa simple produce con notable frecuencia ganadores que cuentan con un apoyo social minoritario y que son vulnerables a la formación de una mayoría política de oposición, lo cual puede dificultar la gobernación y suscitar conflictos políticos y sociales”[3].

La otra propuesta es buscar la manera de controlar el gabinete presidencial, y aunque éste no tendría que ser elegido por el Congreso, si podría ser aprobado por éste. Por supuesto, la oposición no obtendría más control sobre el gabinete pero al menos se le permitiría participar más en la administración del gobernante. Si existe presión sobre la designación del gabinete, el Presidente podría negociar la aprobación del gabinete que desea posiblemente a cambio de la participación de algún miembro de la oposición en su equipo.

El Poder Ejecutivo vs. el Poder Legislativo

Para que el Presidente pueda trabajar adecuadamente, es indispensable contar con la aprobación de la mayoría de los Legisladores. Existen varias formulas con las que el Congreso y el Presidente podrían trabajar, como es el caso de la mayoría absoluta en el Congreso del partido político del Presidente –generalmente esto se da en los bipartidismos– o una coalición de partidos políticos con ideas similares dentro de un multipartidismo. Es una lastima que en México no se pueda dar ninguna de las situaciones mencionadas arriba.

Aunque la solución ideal sería llegar a un bipartidismo o a un multipartidismo de cuatro o más partidos fuertes, pero esto no es posible. El bipartidismo debido a la falta de desarrollo en México es muy peligroso debido a la enorme desigualdad que hay, no es posible concentrar los intereses en tan sólo dos partidos políticos. Seguramente uno sería el Partido de los Pobres y el otro el Partido de los Ricos. Con lo que sólo beneficiaria al grupo representado por el gobierno. En cuanto al multipartidismo, lo más seguro es que tampoco funcionaría debido a los grupos sociales que ya están acostumbrados a los partidos políticos actuales. Además existen líderes que obtienen grandes beneficios de los partidos que no les conviene la creación nuevos partidos sólidos –líderes de los sindicatos, empresarios e incluso algunos políticos–.

Desde 1997 en la Cámara de Diputados dejo de existir una mayoría absoluta de un partido político y desde las últimas elecciones para Senadores en julio de 2006 paso lo mismo en la Cámara Alta. Como consecuencia existen tres partidos políticos fuertes en el Congreso de la Unión y éstos responden a sus intereses y en lugar de buscar la cooperación, buscan desprestigiar a lo demás. Se necesitan incentivos para que pueda existir cooperación entre en Congreso y el Presidente. Para esto todavía no existe una solución clara. Podría ser la negociación de miembros del gabinete a cambio de pasar alguna reforma o tal vez podría ser pasar una reforma propuesta por cada partido político.

Los periodos fijos del Presidente y del Congreso.

En México, tanto el Presidente como los Legisladores son electos por un periodo fijo. El presidencial y el de la Cámara de Senadores es de seis años mientras que el de la Cámara de Diputados es de tres. “Los Presidentes son elegidos por un periodo de tiempo que, bajo circunstancias normales, no se puede modificar: no puede acortarse y, debido a disposiciones que impiden la reelección, algunas veces no puede prolongarse”[4]. Si existe un Presidente muy malo, éste no puede ser removido y si al contrario existiese un jefe del ejecutivo muy bueno, al terminar su periodo se tiene que retirar.

Una propuesta para darle solución al problema de la reducción del periodo de gobierno a los malos gobernantes y el aumento del tiempo en el cargo presidencial a los gobernantes eficientes se basa principalmente en dos reformas necesarias: la primera, es al periodo presidencial y se refiere a la reducción de éste, de seis a tres o cuatro años; la segunda es a las elecciones presidenciales y consta en establecer una reelección continua.

La primera reforma servirá para que los gobernantes ineficientes no estén tanto tiempo en el poder. El mejor ejemplo es el del ex Presidente Vicente Fox, aunque mucha gente apoyo su gobierno en realidad mantuvo al país estancado, ni retrocedía, ni avanzaba. En realidad desde la mitad de su sexenio ya era necesario un cambio, sin embargo, los mexicanos tuvieron que esperar hasta que se cumplieran los seis años de su mandato. Ahora, la reelección sirve en el caso contrario, si la máxima autoridad es considerada como buen gobernante, entonces, ¿Por qué no puede ser electo una vez más? Y aunque no sería lo mismo que en el parlamentarismo en el que se puede poner o quitar al jefe del ejecutivo de acuerdo con su trabajo (bueno o malo), definitivamente hace más eficiente la actividad política. De la misma manera, el Congreso también deberá de reducir su tiempo en el poder, y obviamente se le debería permitir tener reelección continua.

Conclusiones

Debido a la cultura e historia de México sería contraproducente implantar un parlamentarismo como sistema político, por eso lo mejor es continuar con el presidencialismo. Sin embargo, el presidencialismo mexicano necesita ciertas modificaciones para hacerlo más eficiente. En primer lugar, para evitar problemas referentes a la elección directa y popular sería bueno instaurar la segunda vuelta y buscar hacer que el gabinete presidencial sea aprobado por el Congreso. En segundo lugar, para tratar de impedir conflictos entre el Congreso y el Presidente, es necesario buscar algunos incentivos, como la negociación del gabinete, para lograr reformas necesarias para el país. Y en tercer lugar para hacer menos rígido el periodo presidencial se podría reducir el periodo presidencial para quitar antes a los malos gobernantes y para que los mandatarios eficaces puedan ocupar por más tiempo el cargo convendría establecer una reelección continua. Los problemas que existe en el sistema político mexicano son muchísimos y no se puede analizar todo en un trabajo, pero si sería propio ver los cambios más urgentes. El país realmente requiere de éstos.



[1] Juan J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria. ¿Qué diferencia implica?” en La crisis del presidencialismo (España: Alianza Editorial, 1997), 46.

[2] Fuente: www.ife.org.mx

[3] Joseph M. Colomer. “Reflexiones sobre la reforma política en México”. CIDE (México, 2001), 6

[4] Juan J. Linz, op. cit., p. 37


Bibliografía:

Colomer, Joseph M. Reflexiones sobre la reforma política en México. México: CIDE, 2001.

Linz, Juan J. La crisis del presidencialismo. España: Alianza Editorial, 1997.

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