viernes, 8 de junio de 2007

Porfirio Díaz: del infierno al purgatorio

Por Joel Cruz Cotero

“Porfirio: ‹‹ El villano total›› […]. Esta es, quizá, la mentira mayor de la historia oficial, la consecuencia extrema de reducir la historia a un drama – una comedia, más bien – entre el cielo y el infierno”

Enrique Krauze

Porfirio Díaz sin duda ha sido, junto con Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna, uno de los personajes más castigados en la historia mexicana. La sentencia de Díaz como villano en la historia mexicana fue creada después de la Revolución Mexicana. La idea de la dictadura, el favoritismo a la elite, la venta del país al extranjero, la traición al liberalismo y el abuso de poder, sólo fueron utilizados después de la caída del Porfirio Díaz en 1910 a manos de los revolucionarios. Así nació el “antiporfirismo”, con el fin de rechazar el régimen de Díaz y desde 1910 hasta la actualidad se ha tratado de dar a conocer la visión “antiporfirista” de Díaz[1], que algunas de sus afirmaciones se han exagerado y tergiversado. Una idea “antiporfirista” es la de que el régimen de Díaz era una dictadura militar. El propósito de este ensayo es, analizando la política porfirista, saber si Díaz en realidad tuvo una dictadura militar.

Dos ejemplos de esta perspectiva porfirista se pueden observan claramente en el México Bárbaro del periodista estadounidense John Kenneth Turner y la obra de Breve Historia de México del conservador mexicano José Vasconcelos:

“[…] el Gral. Díaz con una habilidad que nadie puede negar, se apropio de todos los elementos de poder que había en el país, excepto la nación misma. Por una parte ejercía una dictadura militar y por la otra disponía de una camarilla financiera.”[2]

“A Díaz le falto el labrado. Pero su alma fue el bloque en torno al cual un país enfermo halló la paz malsana de treinta y cinco años de dictadura”[3]

“Se vería hasta entonces hasta qué punto retardó más bien nuestro progreso el militarismo porfirista”[4]

Díaz estuvo en el poder cerca de 30 años, sin duda ha sido el presidente que ha estado más tiempo en el poder. Durante esté tiempo, él al igual que Benito Juárez cuando fue presidente, buscó la manera de ejercer el control absoluto del gobierno y administrar el país con los menores obstáculos posibles. Juárez y Díaz fueron muy hábiles con el uso de política y con el manejo de las leyes, buscaron siempre lograr sus objetivos legalmente. Tanto el gobierno de Juárez como el de Díaz habían sido éxitos, esto con respecto a la estabilidad (relativamente en el caso de Juárez) y durabilidad (14 años duró el gobierno de Juárez y 31 años el de Díaz) que tuvieron sus gobiernos. “La responsabilidad de todo gobierno […] es la de sobrevivir”[5]. Después de la independencia había existido una inestabilidad en el país, existieron cambios de gobiernos muy rápidos, algunos gobiernos duraban sólo unos meses, otros semanas e incluso algunos unos cuantos días. Fue hasta la llegada de Juárez que pudo subsistir un gobierno capaz de poner en orden la administración y realizar su labor adecuadamente.

Juárez estuvo desde 1958 hasta su muerte en 1972. Después heredó el gobierno Sebastián Lerdo de Tejada desde 1972 hasta 1976 que fue cuando Díaz tomó el poder que pudo conservar hasta 1911 (con la excepción del periodo de 1880 a 1884 en el cual Manuel González fue presidente de México). Ambos personajes tuvieron una estrategia para conservar el poder. Juárez, por ejemplo, supo manejar el sistema electoral. El sistema electora durante la época de Juárez no era de partidos y era de indirecta de dos grados. Debido a que existían distritos, los gobernadores podían influir bastante en las elecciones. Juárez pudo reelegirse dos veces porque supo mantener alianzas con la mayoría de los gobernadores. El doctor Luis Medina Peña lo explica de la siguiente manera:

“Desde el inicio resultaba obvio que cualquier candidato a la presidencia, fuera para su elección o para su reelección, requería de los gobernadores, que contaban a su vez con la fidelidad de sus jefes políticos en los momentos electorales, para tener en el Congreso un colegio electoral anuente”[6]

Díaz logró mantenerse en el poder gracias a diversas estrategias que utilizó. En primer lugar la ideología de Díaz se adaptó a lo más útil para la administración. Aunque durante su primer mandato la ideología manejada fue la liberal radical, basada en el principio tuxtepecano[7], desde su segundo mandato y hasta el séptimo, más que una ideología liberal radical o conservadora, siempre fue utilizado el pragmatismo. A mediados del siglo xix el liberalismo se encontraba en amenaza bajo una nueva ideología liberal conservadora llamada positivismo[8]. Díaz con su política pragmática llegó a adoptar el positivismo durante su régimen en busca del orden, la paz y el progreso. El historiador Paul Garner considera que el positivismo iba en realidad en contra del liberalismo (la base ideológica de Díaz), tal se puede ver en el siguiente fragmento:

“En términos políticos, el positivismo era un desafío para el idealismo excesivo o ‹‹metafísico›› del liberalismo doctrinario y su hincapié en la soberanía popular; en lugar de eso, defendía la reforma constitucional y el fortalecimiento de un gobierno central que evitará caer en la anarquía y la revolución”[9]

La subordinación fue otro factor importante para que Díaz pudiera conservar el poder. La lealtad y la deferencia hacia el mandatario era sumamente importante para mantener una estabilidad política, necesaria para tener control del gobierno y evitar la oposición, y de esta manera mantener la paz y el orden, que desde la independencia había sido imposible mantener, y poder traer progreso a la nación. Militares y civiles, aliados y enemigos, todos estaban subordinados a Díaz. Los que alguna vez habían apoyado a Díaz eran recompensados y los que habían combatido a Díaz eran invitados a participar en el gobierno de Díaz. El objetivo era evitar tener enemigos que fueran un dolor de cabeza, esta actitud se aprecia en una carta mandada por Díaz a su hermano Félix Díaz, cuando éste era gobernador de Oaxaca en 1867, en la cual Díaz expresa:

“[…] un hombre en tu posición debe ser amigo de todos y enemigo de nadie por chico que sea. No quiero decirte que llames hábil al tonto ni digno al que se evanece, pero no les digas los defectos, el cilencio no compromete a nada ni a nadie agrava, óyeme y tú disfrutarás los resultados”[10]

Obtener la lealtad de los principales actores políticos durante el porfiriato no era tarea fácil. La personalidad de Díaz ayudo mucho, el trato personalista y el carisma de Díaz fueron esenciales. Díaz se dio a conocer como héroe nacional, caudillo, “el estandarte de la paz que brilla” y la personificación de “la gloria de México” a quien los mexicanos tenían que mostrar lealtad, admiración y respeto. Díaz en lugar de tener conflictos era el mediador de sus subordinados. Ejemplo de la política de personalismo y patronazgo, se puede apreciar en la reconciliación de Díaz con la Iglesia y con los lerdistas, que habían sido de sus grandes enemigos al principio de su régimen. El segundo matrimonio de Díaz con Carmen Romero Rubio, hija de un lerdista, reflejó el reconcilio entre Díaz con los lerdistas, además al haber sido casados por el jefe de la Iglesia mexicana, el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, también se vio la reconciliación entre los representantes del Estado y de la Iglesia. El reconocimiento de la Iglesia del sistema porfirista terminó el gran conflicto que había empezado desde la promulgación de la Constitución de 1857.

Algo notable durante el porfiriato es el hecho de que siempre hubo elecciones para los aspirantes a cargos políticos (presidente, gobernadores, legisladores). “El régimen de Díaz siempre estuvo comprometido con la realización de elecciones regulares, conforme a las prácticas establecidas en la Constitución de 1857”[11]. El patronazgo de Díaz era utilizado en las elecciones para elegir tanto los cargos no electos como la selección de los candidatos para los puestos de elección. Los candidatos tenían que ser aceptados, directa o indirectamente, por el presidente (aunque no eran decisiones arbitrarias del ejecutivo ya que éste tenía que negociar con otros actores como es el caso de los gobernadores). Los resultados de las elecciones eran de suma importancia, por lo que se debían de tener siempre revisadas las elecciones a nivel nacional y estatal. Al principio de del porfiriato, regidos por las bases tuxtepecanas, se llevó a cabo el principio de no reelección continua, pero para 1888 la situación había cambiado, se permitió la reelección continua por un periodo más y en 1990 se quitaron todas las restricciones para reelegirse. Con estas reformas que se dieron a la Constitución, Díaz se mantuvo en el poder hasta 1911. Las enmiendas constitucionales se había logrado gracias al control de la mayor parte de los legisladores por parte de Díaz, los cuales habían votado las nuevas reformas electorales.

Parte de los conflictos que se dieron durante el siglo xix fueron entre los gobiernos estatales y el gobierno central. En el primer periodo, debido a la etapa tuxtepecana, Díaz optó por la descentralización, los gobernadores tenían una fuerte autoridad en las regiones y se necesitaba de un alto grado de tacto y negociación. Sin embargo, después de la primera reelección de Díaz en 1884, la autoridad de los gobernadores se fue debilitando poco a poco. Díaz fue acomodando en el país a los gobernadores al igual que lo había hecho con los otros puestos de gobierno. Algunos Estados eran más autónomos que otros, pero algo que es cierto es que todos los gobernadores estaban subordinados al presidente de México. Además buscó la estrategia para ir restando poder a los gobernadores, una manera por ejemplo, era asignando al gobernador un Estado en el cual no tuviera conexiones que le permitiera tener un liderazgo regional. Díaz mantuvo en el poder a las personas que le serían leales y buscaba la manera de eliminar a sus posibles rivales en el futuro. Tal es el caso del gobernador de Nuevo León en 1885, Bernardo Reyes, quien aunque era leal al presidente, al empezar a tener influencia en el ejército y crear la Segunda reserva militar, Díaz lo vio como una posible amenaza futura y decidió restarle poder.

Es cierto que Díaz llegó al poder gracias a un movimiento militar, el Plan de Tuxtepec, pero no fue la intención de Díaz, a lo largo de su porfiriato, fortalecer al ejército, todo lo contrarío, redujo su poder y lo hizo más leal al poder central. Díaz buscó siempre evitar que algún militar pudiera llegar al poder de la misma manera que el lo había hecho. Uno de los resultados de la lucha entre 1857 y 1867 fue la creación de milicias locales y unidades de Guardia nacional que fueron esenciales para la victoria liberal. Díaz, inteligentemente, supo que las milicias regionales podían ser una amenaza para su régimen y después de 1984 adoptó dos estrategias: la primera fue desmovilizar la Guardia nacional que en número era muy grande; la segunda fue brindarle mayor profesionalización al ejército y reducir oficiales y tropas en servicio activo. Las lealtades militares locales hacia los caudillos regionales, como alguna vez lo había sido Díaz, fueron desapareciendo conforme las regiones iban perdiendo poder e influencia militar. En cambio la lealtad del ejército profesional fue cada vez mayor hacía la autoridad central.

Al régimen porfirista no se le puede considerar militar sólo porque las vías con las que se llegó al poder fueron las militares. Díaz, militar de carrera, llegó al poder gracias a su exitosa campaña militar, el Plan de Tuxtepec, pero durante su mandato no fortaleció a la institución militar. “[…] el control de Díaz sobre el ejército era amplio y él resultó ser el más efectivo de los presidentes de México en el siglo xix para socavar la cultura del pronunciamiento militar y para evitar la intervención de la milicia en la política”[12]. Aunque hubo gobernadores, que al igual que Díaz, eran militares, nunca se utilizaron medidas militares para dominar la política, destruir a la oposición o controlar las elecciones. Por esta razón no se le puede considerar al gobierno de Díaz un régimen militar como lo considera John Turner o José Vasconcelos.

Hablando ahora de la “dictadura” porfirista, no se le puede considerar así al régimen. Aunque su régimen si fue autoritario, todas sus acciones eran legales y nunca rompió las leyes de la Constitución de 1857, es cierto que llegó a hacer reformas constitucionales, como las electorales para conservar el poder, pero nunca desacato a la Constitución. El doctor Luis Medina Peña explica en su libro, Invención del sistema político mexicano, explica como Daniel Cosio Villegas consideró en su obra, Historia Moderna de México, que Díaz en realidad no había sido un dictador:

“[…] una dictadura ‹‹es un gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitucionales››. No es el caso de Díaz […] pues ‹‹en treinta y cuatro años respetó escrupulosamente las formulas constitucionales››. Prefiere llamar autoritario a ese gobierno, entendiendo por ello un gobierno ‹‹partidario extremoso del principio de autoridad››.”[13]

Díaz en realidad no fue un dictador, fue un genio de la política al igual que Juárez. Supo manejar a los actores políticos de finales del siglo xix y de principios del siglo xx. El patronazgo y el culto a la personalidad fueron parte de las estrategias de Díaz para tener junto a él en el poder a personas leales que le permitieran manejar su gobierno sin objeciones y de esta manera también logró estar en el poder durante 31 años. Nunca faltaron las elecciones que la constitución de 1857 exigía, siempre fueron legales, y aunque Díaz llegó a tener el control de los candidatos para los puestos políticos, siempre respetó las condiciones constitucionales. Díaz estuvo tanto tiempo en el poder no porque haya quebrantado la constitución, más bien porque supo como controlar el gobierno y cambiar las leyes para lograr sus objetivos.


Bibliografía:

Ballard P., Laurens. Juárez y Díaz. Continuidad y ruptura en la política mexicana. México: Ediciones Era, 1996.

Garner, Paul. Porfirio Díaz. Del héroe al dictador: una biografía política. México: Planeta, 2003.

Medina P., Luis. Invención del sistema político mexicano. México: Fondo de Cultura Económica, 2004.

Turner, John K. México Bárbaro. México: Porrúa, 1997.

Vasconcelos, José. Breve Historia de México. México: Trillas, 2004.



[1] En la actualidad la visión de Díaz y del porfiriato no sólo es el “antiporfirismo”, desde la década de los noventa se ha desarrollado una nueva visión, el “neoporfirismo”, que no alaba tanto a Díaz y a su régimen, como la visión “porfirista” (manera de ver a Díaz y a su régimen durante el porfiriato), pero tampoco lo trata como un terrible villano.

[2] John K. Turner, “El sistema de Díaz” en México Bárbaro. (México: Porrúa, 1997), pp. 98-99.

[3] José Vasconcelos, “Porfirio Díaz” en Breve Historia de México. (México: Trillas, 2004), p. 302.

[4] Ibid., p. 306.

[5] Laurens Ballard P., “Los ataques a Juárez” en Juárez y Díaz. Continuidad y ruptura en la política mexicana. (México: Ediciones Era, 1996), p. 136.

[6] Luis Medina P., “Actores, Acción y Sistema Político” en Invención del sistema político mexicano. (México: Fondo de Cultura Económica, 2004), p.242.

[7] El Plan de Tuxtepec fue la campaña militar con la que Díaz protesta al intento de reelección de Lerdo de Tejada y con la que logró llegar al poder en 1876. El Plan de Tuxtepec era totalmente liberal radical y proponía terminar con la reelección.

[8] Doctrina que inicia en Europa en la década de 1820 en Francia y España, el positivismo defendía la aplicación del método científico no sólo para el análisis de las condiciones sociales, económicas y políticas, sino también para la formulación de políticas que podrías remediar las deficiencias y asegurar el progreso material y científico.

[9] Paul Garner, “Liberalismo pragmático” en Porfirio Díaz. Del héroe al dictador: una biografía política. (México: Planeta, 2003), p. 78.

[10] Porfirio a Félix Díaz, 27 de noviembre de 1867, cpd:L41:T1:f.406. apud Ibid., 83.

[11] Paul Garner, “Liberalismo pragmático” op. cit., p. 87.

[12] Paul Garner, “La consolidación del poder” en Porfirio Díaz. Del héroe al dictador, una biografía política. (México: Planeta, 2003), p. 119.

[13] Luis Medina P., “Porfirio Díaz y la creación del sistema político” en Invención del sistema político mexicano. (México: Fondo de Cultura Económica, 2004), p.279.

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