viernes, 18 de enero de 2008

¿Qué cambios necesita el sistema presidencial?

Joel Cruz Cotero

Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)

Si hay que cambiar las reglas, cambiemos las reglas, hagámoslo para adecuarlas a los nuevos tiempos que vivimos.

Felipe Calderón Hinojosa

Desde ya hace tiempo existen algunas reformas que son necesarias para poder cambiar la Constitución mexicana. Nuestra Constitución fue escrita en 1917, pero existe un problema fundamental: no representa el contexto del país. Ernesto Garzón dice en su ensayo Estado de derecho y democracia en América latina lo siguiente:

No es muy osado afirmar que con respecto al ordenamiento constitucional existe en América Latina una actitud que difícilmente podría ser calificada de coherente. En efecto, mientras que por una parte se profesa una enorme fe en la Constitución como factor de ordenamiento democrática, por otra se tiene también clara conciencia de la notoria divergencia que existe entre lo constitucionalmente prescrito y la realidad político social.[1]

Y debido a que en México la Constitución no es el reflejo de la realidad político-social es necesario adaptarla a las condiciones reales.

Lo ideal sería cambiar la Constitución por una nueva, pero debido a la gran problemática existente ocasionada por el reciente fortalecimiento del Congreso de la Unión, esto no se podrá, pero al menos hay algunas reformas se deben llevar a cabo. Sólo se mencionarán cuatro, aunque existen muchas más. En primer lugar, tenemos la reforma electoral; aunque ya se ha avanzado en ese respecto todavía falta trabajo. Su principal objetivo es evitar los conflictos que se presentaron en las elecciones de 2006. En segundo lugar, está la reforma fiscal, ya que los recursos del Estado van a disminuir caóticamente debido al agotamiento de los recursos naturales del país, principalmente el petróleo. La tercera reforma tiene que ser la energética, y sería por la misma razón de la anterior: los recursos se están terminando y se tiene que buscar una mejor manera de manejarlos. Por último, tenemos la reforma educativa, ya que la educación en México es muy deficiente y ésta es cada vez más notoria la diferencia entre las escuelas privadas y las públicas. Para este ensayo sólo se evaluaran sólo algunos cambios necesarios en el sistema político. La hipótesis será: el sistema presidencialista mexicano es ineficiente y no está adaptado a la actual realidad político-social; por lo tanto, es necesario reformar la Constitución para que se adecue a las condiciones del país.

La hostilidad en las elecciones presidenciales

Gabriel Negretto, profesor investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en el último número de la revista Política y Gobierno escribió lo siguiente referente a la reforma electoral:

[…] una de las condiciones necesarias para la reforma electoral ya se ha dado, a saber, la sensación compartida, tanto entre las elites políticas como entre la ciudadanía, de que el sistema electoral vigente de algún modo ha fracasado.[2]

En México el cargo de Presidente sólo lo puede ocupar una persona, por lo tanto la elección presidencial tiene una gran importancia. El candidato ganador es el que se lleva todo y tendrá el control absoluto del Ejecutivo por el periodo establecido de seis años. En el artículo 80° de la Constitución se menciona: “Se deposita el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo de la unión en un solo individuo, que se denominará ‹‹Presidente de los Estados Unidos Mexicanos››.”[3] Juan Linz, uno de los grandes críticos del sistema presidencialista, dice sobre las elecciones presidenciales lo siguiente:

En una elección presidencial, sea cual sea la pluralidad alcanzada, el candidato victorioso gana todo el ejecutivo, mientras que un líder que aspire a ser primer ministro cuyo partido gane menos de un 51 por ciento de los escaños no puede formar un gobierno que no sea de coalición, mientras que un Presidente con el mismo voto sí puede.[4]

Debido a que el premio del juego es muy grande y sólo existe un ganador, en las elecciones presidenciales se arriesga todo y se pelea agresivamente para obtener el cargo. El perdedor no se lleva absolutamente nada y, aunque esto es legal, en realidad no es del todo justo.

En las elecciones de 2006, la contienda estuvo muy cerrada. El candidato del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón Hinojosa, obtuvo 35.89% de los votos; mientras que el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, obtuvo 35.31%[5]. La diferencia fue de 0.58% del electorado que representa a menos de 250 mil electores de los casi 42 millones. A pesar de la cercanía de los resultados Calderón fue el triunfador y obtuvo el derecho representar a todos los mexicanos.

Como se mencionó antes, es muy difícil terminar con el sistema presidencialista (aunque con un fuerte Congreso) de manera radical para introducir un sistema parlamentarista. Para hacer ese cambio se necesitaría cambiar todo el sistema político lo que crearía algunos problemas. Sin embargo, se puede reformar el régimen presidencialista. Para disminuir la discordia electoral hay varias propuestas.

La primera, es establecer una segunda vuelta al proceso electoral. Esto con el objeto de evitar que las elecciones cerradas sean tan conflictivas como las que se llevaron a cabo en 2006. Joseph Colomer en su trabajo Reflexiones sobre la reforma política en México menciona sobre México y las elecciones lo siguiente:

México es uno de los poquísimos países en América Latina en que todavía se usa la regla de la mayoría relativa simple para la elección del Presidente de la República. (…) La regla de la mayoría relativa simple produce con notable frecuencia ganadores que cuentan con un apoyo social minoritario y que son vulnerables a la formación de una mayoría política de oposición, lo cual puede dificultar la gobernación y suscitar conflictos políticos y sociales.[6]

De esta forma, sólo se le podría considerar ganador al que obtuviera la mayoría absoluta y no sólo la primera minoría. Además los ciudadanos en la primera ronda podrían votar por el candidato de su elección y no utilizar el voto útil.

Una forma para evitar la derrota absoluta en una elección presidencial sería buscar la manera de controlar el gabinete presidencial, y aunque éste no tendría que ser elegido por el Congreso, si podría ser aprobado por éste. Por supuesto, la oposición no obtendría más control sobre el gabinete pero al menos se le permitiría participar más en la administración del presidente en turno. Si existe presión sobre la designación del gabinete, el Presidente podría negociar la aprobación del gabinete que desea posiblemente a cambio de la participación de algún miembro de la oposición en su equipo.

Los periodos fijos del Presidente y del Congreso

En México, tanto el Presidente como los Legisladores son electos por un periodo fijo. El presidencial y el de la Cámara de Senadores es de seis años mientras que el de la Cámara de Diputados es de tres. Juan Linz menciona sobre las elecciones por periodos rígidos lo siguiente:

Los Presidentes son elegidos por un periodo de tiempo que, bajo circunstancias normales, no se puede modificar: no puede acortarse y, debido a disposiciones que impiden la reelección, algunas veces no puede prolongarse.[7]

Seis años en realidad es un periodo muy largo. Si el presidente es bueno no hay problema, pero si el presidente es malo no se podrá remover y se tendrá que esperar a que termine su largo mandato para que se pueda elegir a uno nuevo.

Por eso el periodo presidencial se debería acortar a tres o cuatro años para evitar que un mal gobernante no esté en el poder por mucho tiempo. El mejor ejemplo es el del antiguo presidente, Vicente Fox, aunque empezó con un gran apoyo popular, a mitad de su sexenio ya muchos querían cambiarlo. No era el presidente que los mexicanos esperaban pero no se pudo removerlo hasta que termino su sexenio. Con un periodo más corto Fox habría salido dos o tres años antes y se habría podido empezar desde antes un nuevo proyecto.

El problema de reducir el periodo presidencial sería que aparecería otro nuevo. Si existe un buen gobernante no podría terminar con su proyecto de trabajo en tres o cuatro años y dado que en México no existe la reelección, quedaría truncada su labor. La reelección permitiría que pudiera continuar por uno o dos periodos más y de esta manera permitirle, a un buen presidente, continuar. En México por desgracia existe una idea de que la reelección es mala; esto se debe al ideario antiporfirista de los revolucionarios que influyó mucho en el pensamiento de la sociedad mexicana del siglo pasado. Dado que el general Porfirio Díaz había estado siete periodos presidenciales completos y un octavo incompleto había logrado ser presidente por treinta y un años, existe la idea de que si la reelección se repetiría la historia. En el ensayo Porfirio Díaz: del infierno al purgatorio se menciona sobre la mala imagen de Díaz lo siguiente:

La idea de la dictadura, el favoritismo a la elite, la venta del país al extranjero, la traición al liberalismo y el abuso de poder, sólo fueron utilizados después de la caída del Porfirio Díaz en 1911 por los revolucionarios. Así nació el “antiporfirismo”, el fin era rechazar el régimen de Díaz y desde entonces hasta la actualidad se ha tratado de dar a conocer la visión “antiporfirista” de Díaz, el problema es que algunas de sus afirmaciones se han exagerado y tergiversado.[8]

Es cierto que el mal uso de la reelección puede hacer que los presidentes lleguen a abusar del poder que se les ha otorgado. Sin embargo, permite la continuidad que muchas veces es necesaria. Un proyecto para un país difícilmente se podrá llevar a cabo completamente en tres, cuatro o incluso seis años. La reelección es necesaria en México y al mismo tiempo es importante que esté regulada para evitar su abuso. Una vez instaurada la reelección se tendrá que establecer un número máximo de periodos para reelegirse, y será fundamental que se ponga rigidez para cambiar el uso del mismo. Los términos tendrían que ser impuestos por el Congreso, que a su vez debería ser el único organismo capaz de modificar el sistema de reelección con el objetivo de que el ejecutivo no pueda influir en éste para su propio beneficio. La reforma para cambiar la reelección deberá tener términos muy rígidos y para evitar malas interpretaciones deberá estar expreso en la Constitución.

La reelección también sirve para darles incentivos a trabajar bien a los legisladores y al presidente a cambio de que se les permita continuar con su puesto durante más tiempo. Un presidente o un congresista podría rendir cuentas si existiera la reelección. Cuando no existe la reelección, como hoy en día en nuestro país, cuando los servidores terminan su periodo no tienen que rendir cuentas a nadie, y en el caso del presidente nuevo se puede deslindar de su antecesor, incluso aunque los dos pertenezcan al mismo partido. En cambio con la reelección, los ciudadanos podrían darle la oportunidad a un servidor público de continuar de acuerdo con su trabajo en su periodo anterior.

En este sentido sería bueno elaborar dos reformas. La primera sería para reducir el tiempo que dura un periodo presidencial con el objetivo de evitar la prolongación de los malos e ineficientes gobiernos y así empezar con un mejor proyecto antes. La segunda es el establecimiento de la elección continua a los congresistas, al presidente de la República y también a los gobernadores y presidentes municipales. El fin sería darle continuidad a sus respectivos planes de trabajo cuando estén dando resultados y sean bien vistos por los ciudadanos mexicanos.

El Ejecutivo y el Legislativo en el sistema presidencialista y las elecciones

La división de poderes existe en casi todo el mundo. Con la división de poderes las diversas funciones de un Estado están a cargo de sólo un órgano u organismo. Los poderes que conforman al Estado moderno se vigilan y controlan entre sí, la razón es que ningún poder llegue a monopolizar el poder y la política. Montesquieu en su obra maestra, El espíritu de las leyes, menciona los peligros sobre el control absoluto del poder y sobre la necesidad de la división de poderes:

Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo se reúnen en la misma persona o el mismo cuerpo, no hay libertad; falta la confianza, porque puede temerse que el monarca o el Senado hagan leyes tiránicas y las ejecuten ellos mismo tiránicamente.

No hay libertad si el poder de juzgar no esta bien deslindado del legislativo y del poder ejecutivo. Si no está separado del poder legislativo, se podría disponer arbitrariamente de la libertad y de vida de los ciudadanos; como que el juez sería legislador. Si no está separado del poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor.[9]

En México existe la división de poderes. Esto se puede apreciar en el artículo 49 de la Constitución: “El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial.”[10]

La división de poderes es importante pero el excesivo fortalecimiento de un poder debilitará y no permitirá hacer plenamente el trabajo de los otros poderes. En el caso de México el Poder Legislativo ha adquirido tanto poder que no ha permitido dejar trabajar adecuadamente al Poder Ejecutivo. Este cambio se dio en 1997 cuando por primera vez la cámara de diputados dejó de ser controlada por el partido del presidente, el PRI. Por primera vez desde su aparición había perdido la mayoría absoluta en la Cámara de diputados. María Amparo Casar en su documento de trabajo Los gobiernos sin mayoría en México: 1997-2006 menciona que el comportamiento del presidente y del parlamento dependerá del poder del partido oficial y de los de oposición:

La posición relativa del partido del presidente en el Congreso vis a vis las fuerzas políticas de oposición, el número de partidos y de grupos parlamentarios presentes en las cámaras y la distribución del poder político local son variables determinantes para explicar el comportamiento del poder ejecutivo, de las fracciones parlamentarias y de la relación entre ambos.[11]

Muchas veces es necesario el control por parte del Poder legislativo del presidente para que no llegue a abusar del poder que tiene. Pero cuando es el Congreso quien tiene el poder y los congresistas no se pueden poner de acuerdo, sería bueno que el presidente pudiera recobrar parte del poder que antes tenía para que la política pueda ejercerse adecuadamente. En México, desde 1997, el poder y las decisiones se toman en el Congreso de la Unión. De hecho el mandatario mexicano es de los presidentes más débiles de América latina, según el politólogo mexicano Benito Nacif:

The comparative study of the constitutional powers of chief executives in presidential regimes shows that the Mexican president is one of the least powerful in Latin America. The constitutional instruments of the Mexican president to induce congressional action and mold policy outcomes are limited in comparison to other presidential regimes.[12]

El problema es que al no ponerse de acuerdo los legisladores, el avance de la política en México es muy lento. Sabiendo el problema podríamos saber cuál es su origen. El problema es el control absoluto por parte de la oposición del partido del presidente. El origen de este problema en México es que existen tres fuerzas políticas relevantes: el PAN, el Partido Revolucionario Institucional (desde aquí PRI) y el PRD. Aunque las elecciones presidenciales las gane cualquiera de los tres partidos, la mayoría absoluta en el Congreso será de la oposición al partido del presidente. El sistema tripartidista mexicano tiene otro problema que hace más rígida la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Los principales partidos políticos en México son muy disciplinados, es decir cuando hay una decisión a tomar, por lo general, todo el partido opta por la misma opción, generalmente es la elección de los líderes del partido.

Para que el Presidente pueda trabajar adecuadamente es indispensable contar con la aprobación de la mayoría de los Legisladores. Existen varias fórmulas con las que el Congreso y el Presidente podrían tener un mejor desempeño, como es el caso de la mayoría absoluta en el Congreso del partido político del Presidente –generalmente esto se da en los bipartidismos– o una coalición de partidos políticos con ideas similares dentro de un multipartidismo. Ambas opciones son casi imposibles pero si se quiere un gobierno estable capaz de crear políticas que hagan avanzar al país será necesario que el Estado tienda a ir hacia una de las dos opciones anteriores.

Con un sistema multipartidista el presidente podría llegar a su cargo por medio de una coalición que en un momento dado podría darle el control de la mayoría de los legisladores en el Congreso con lo que podría realizar su trabajo sin muchos obstáculos y en el momento que llegará a abusar de su poder se podría romper está coalición y esta vez fortalecerse el grupo de oposición al o a los partidos que apoyan al presidente. El sistema multipartidista sería mucho más fácil realizarse desde adentro del Estado, es decir cambiando la Constitución para que permita el fortalecimiento de los partidos pequeños o la creación de nuevos partidos políticos.

La segunda opción, el sistema bipartidista, permitiría que al momento en que el presidente, sea de cualquier partido, obtenga el cargo también su partido obtenga mayoría en el Parlamento. Así podría ejecutar sin trabas. Pero suponiendo que no es bueno su trabajo necesitará algunos obstáculos, a mitad de su mandato el Congreso se renovaría y la gente podría votar por el partido de oposición con lo que el presidente perdería parte de su poder. El sistema bipartidista no sería tan fácil realizarse dentro del Estado ya que los partidos políticos fuertes no van a realizar una reforma constitucional para que un partido se debilite, por eso es más fácil hacer este cambio desde afuera, es decir, que sean los votantes los que debiliten a un partido, pero para esto sería necesario que tuvieran conciencia de la importancia de esta acción.

Es difícil llegar a un bipartidismo o a un multipartidismo para crear un balance entre el poder del Legislativo y del Ejecutivo. Sin embargo, va a ser muy difícil lograr avances para el país y para los mexicanos si no se le permite al Ejecutivo ejercer sus funciones necesarias dentro del sistema republicano.

Conclusiones

Debido a la tradición de los últimos dos siglos de México sería algo difícil implantar un parlamentarismo como sistema político, sería ideal pero por el momento imposible. Por eso lo mejor es continuar con el presidencialismo. Sin embargo, el presidencialismo mexicano necesita ciertas modificaciones para hacerlo más eficiente. En primer lugar, para evitar problemas referentes a la elección directa y popular sería bueno instaurar la segunda vuelta y buscar hacer que el gabinete presidencial sea aprobado por el Congreso. En segundo lugar, para hacer menos rígido el periodo presidencial se podría reducir el periodo presidencial para que los malos gobernantes abandonen antes el poder; de la misma manera para que los servidores eficaces puedan ocupar por más tiempo el cargo convendría establecer una reelección continua con restricciones rígidas a la reforma de este término para evitar el abuso de poder. Finalmente, se debería reflexionar sobre el futuro del sistema de partidos. Sería conveniente tener un bipartidismo o un multipartidismo ya que el tripartidismo le está haciendo mucho daño a México. Los problemas que existen en el sistema político mexicano son muchísimos y no se puede analizar todo en un trabajo, pero si sería propio ver los cambios más urgentes. El país realmente requiere de éstos.

Referencias

Casar, Ma. Amparo. Los gobiernos sin mayoría en México: 1997-2006. CIDE: México, 2007.

Colomer, Joseph M. Reflexiones sobre la reforma política en México. CIDE: México, 2001.

Cruz C., Joel. Porfirio Díaz: del infierno al purgatorio. Documento no publicado.

Garzón V. Ernesto. “Estado de derecho y democracia en América Latina” Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, núm. 14 (abril 2001). http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02405076436240507976613/isonomia14/isonomia14_02.pdf (acceso noviembre 29, 2007)

Instituto Federal Electoral. Estadística de las Elecciones Federales de México 2006. http://www.ife.org.mx/documentos/Estadisticas2006/presidente/nac.html (acceso noviembre 27, 2007)

Linz, Juan J. “Democracia presidencial o parlamentaria. ¿Qué diferencia implica?” en La crisis del presidencialismo. España: Alianza Editorial, 1997.

Montesquieu. Del espíritu de las leyes. México: Porrúa, 2007.

Nacif, Benito. The fall of the Dominant Presidency: Lawmaking Under Divided Government in Mexico. CIDE: México, 2006.

Negretto, Gabriel. “Propuesta para una reforma electoral en México” en Política y Gobierno, vol. XIV, no. 1. (primer semestre de 2007). pp. 215-227.

Poder Constituyente de 1917. Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. México: Instituto Federal Electoral, 2005.


[1] Ernesto Garzón V, “Estado de derecho y democracia en América Latina” Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, núm. 14 (abril 2001), p. 34, http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02405076436240507976613/isonomia14/isonomia14_02.pdf (acceso noviembre 29, 2007)

[2] Gabriel Negretto, “Propuesta para una reforma electoral en México” en Política y Gobierno, vol. XIV, no. 1 (primer semestre de 2007), p. 226.

[3] Artículo no. 80 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.

[4] Juan J. Linz, “Democracia presidencial o parlamentaria. ¿Qué diferencia implica?” en La crisis del presidencialismo (España: Alianza Editorial, 1997), p. 46.

[5] Fuente: www.ife.org.mx

[6] Joseph M. Colomer, Reflexiones sobre la reforma política en México. (CIDE: México, 2001), p. 6.

[7] Juan J. Linz, op. cit., p. 37

[8] Joel Cruz C. Porfirio Díaz: del infierno al purgatorio. (documento no publicado), p. 1.

[9] Montesquieu, “De las leyes que forman la libertad política en sus relaciones con la Constitución”, en Del espíritu de las leyes. (México: Porrúa, 2007), p. 146.

[10] Artículo 49 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.

[11] Ma. Amparo Casar, Los gobiernos sin mayoría en México: 1997-2006. (CIDE: México, 2007), p. 5.

[12] Benito Nacif, The fall of the Dominant Presidency: Lawmaking Under Divided Government in Mexico. (CIDE: México, 2006), p. 2.

No hay comentarios: