sábado, 1 de noviembre de 2008

San Agustín y las dos ciudades, ¿Quién se debe encargar del poder político en la Tierra?

Joel Cruz Cotero

CIDE

Constantino fue el emperador que unió al Estado Romano con la Iglesia Cristiana. El Cristianismo fue, desde entonces, la nueva verdad para Occidente. J. P. Mayer menciona en su libro Trayectoria del pensamiento político que “[s]e puede discutir la verdad histórica de las enseñanzas cristianas del Evangelio, pero nadie puede discutir que esas enseñanzas han modelado y determinado en forma decisiva, hasta el momento actual, la vida de Occidente”.[1] Los arquitectos de la nueva religión son conocidos como los padres de la Iglesia, uno de ellos es San Agustín.

El pensamiento de Agustín llegó a ser muy influyente durante el Medievo. Sus ideas teológicas-políticas se pueden apreciar en su principal obra: La Ciudad de Dios. En ella trató de explicar por qué el Imperio estaba decayendo, tras el saqueo de Roma en 410, y cómo el Cristianismo salvaría a la humanidad. Para San Agustín existían dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal, las cuales en la vida terrenal convivían. También explicó el origen y la función de las ciudades, pero no dejó claro quienes eran los encargados de realizar la política en la tierra. Por esta razón se realizaron nuevas teorías utilizando las interpretaciones agustinianas con las que justificaron el poder de la Iglesia y del Estado.

El propósito de este ensayo es, mediante la investigación, saber qué institución terrenal debería de estar encargada del uso de la política en la Ciudad Terrenal de acuerdo con las ideas agustinianas. El trabajo se divide de la siguiente manera: primero, se explicará cuál es el origen y la función, según San Agustín, de la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal; en segundo lugar, se analizarán algunos autores que defendían al Estado como la institución legítima para el uso de la política; la tercera sección será en la que se expone a los defensores de la idea de que la Iglesia es la que debe cooptar el poder político, y finalmente, se analizarán los autores que tienen otra visión sobre las dos ciudades. Una vez realizado todo este trabajo de investigación, se podrá llegar a una conclusión.

La caída y las dos ciudades

El hombre cayó en el mundo terrenal por el pecado original que Adán y Eva cometieron. Dios en un principio creó al hombre inmortal pero al momento en que pecó fue condenado a la vida terrenal. En palabras de Agustín se puede apreciar lo siguiente en La Ciudad de Dios: “Dios crió a los primeros hombres de suerte que si no pecaran no incurrirían en ningún género de muerte, sin embargo, a éstos que primeramente pecaron, los condenó a muerte de modo que todo lo que naciese de su descendencia estuviese también sujeto al mismo castigo, puesto que no había de nacer de ellos otra cosa que lo que ellos habían sido.”[2]

El hombre había cometido un terrible pecado por lo que su naturaleza humana empeoró. Ahora en la vida terrenal, el hombre debía buscar la gracia de Dios para alcanzar su salvación y poder adquirir nuevamente la vida eterna.

El hombre sólo podrá alcanzar la salvación no con la justicia terrenal, sino con la fe en la vida eterna. Ernest Fortin en un análisis de Agustín dice que “[l]a gracia divina y no la justicia humana es el nexo de la sociedad y la auténtica fuente de la bienaventuranza”.[3] Para San Agustín, lo más importante para el hombre eran los bienes divinos y no los bienes terrestres. Es decir, cuando el hombre se aferraba a los bienes carnales[4], se alejaba del camino correcto, del camino de la virtud, y siguiendo por la senda del mal, no podría alcanzar la vida eterna.

A pesar de que existen muchas ciudades en el mundo, San Agustín, de acuerdo a las sagradas escrituras, sólo distinguía dos: la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrena. Fortin distingue a las ciudades así: “[l]a distinción entre ellas corresponde a la distinción que hay entre la virtud y el vicio, con la implicación de que la auténtica virtud es la virtud cristiana (…).La ciudad de Dios no es otra que la comunidad de los seguidores de Cristo y los adoradores del verdadero Dios. (…) En contraste con la ciudad celestial, la ciudad terrenal es guiada por el amor propio y vive de acuerdo con lo que las Escrituras llaman la carne.”[5]

En la vida temporal, la sociedad civil es indispensable. La paz es un deseo de todos los hombres, incluso del más vil. Agustín dice sobre este tema que “[q]uien considere en cierto modo las cosas humanas y la naturaleza común, advertirá que así quien no guste de alegrarse, tampoco hay quien no guste de tener paz”.[6] Solamente como miembro de la Ciudad de Dios se podrá obtener la paz y la felicidad eterna. Entonces, la función de la sociedad civil es proporcionar los elementos necesarios para que el hombre pueda conducirse a esta sociedad superior (la Ciudad de Dios). En la interpretación de Fortin “[l]a propia sociedad civil sigue siendo indispensable ya que procura y administra los bienes temporales o materiales que los hombres necesitan aquí en la tierra y que pueden ser utilizados como instrumentos para promover el bien del alma. Por lo tanto, el ser ciudadano de la ciudad de Dios no abroga sino que conserva y complementa la ciudadanía en una sociedad temporal.[7]

Entonces, es la sociedad civil la encargada de limitar el mal con el fin de que los hombres puedan alcanzar la vida eterna. Las leyes temporales son justas y legítimas mientras se basen en las leyes eternas.[8] La sociedad civil sirve para corregir y tiene un papel negativo: castigar a los malhechores y atacar el mal mediante el uso de la fuerza.[9]

Uno de los problemas que se creó al interpretar la filosofía de San Agustín es saber cuál es la institución que debe encargarse del mantenimiento de la paz y de la limitación del mal en el mundo terrenal. Una de las razones por la que se le han dado diversas interpretaciones a San Agustín es debido a los diferentes significados que le dio a la Ciudad de Dios.

el Estado y la política

Es complicado poder entender la definición de San Agustín sobre la definición de la Ciudad de Dios. La razón es que existen tres formas de entenderla: en primer lugar, la Ciudad de Dios era una ciudad eterna; en segundo lugar, es una asociación de individuos que se caracterizan por su amor hacia Dios, y por último, es una entidad visible e institucional.[10] Rex Martin considera que existe la posibilidad de que la Iglesia se pueda identificar con la Ciudad de Dios en la Tierra.[11] No se puede saber si el Estado cristianizado era una interpretación de San Agustín, mas existía la probabilidad de que fuera así.

Agustín también identificó al Imperio con la Ciudad Terrenal. Su explicación es que el amor hacia la Ciudad Terrenal es el que se produce hacia uno mismo. San Agustín menciona especialmente uno: el amor a gobernar. Así es como Martin interpreta que los Estados son los que tienden a amar el acto de gobernar y por consiguiente, a la política. Pero no puede ser cualquier Estado, necesariamente tiene que ser el Imperio.[12] Sin embargo, éste tiene que brindar justicia, de lo contrario será sólo una entidad fraudulenta.[13]

Entonces, Martin afirma que San Agustín no apreciaba a la Iglesia como a la ciudad de Dios en la Tierra, pero sí como la institución que la representaba. Igualmente sucedía con la Ciudad Terrenal, era el Estado imperial quien la simbolizaba. No eran identidades pero debido a su estructura y a sus funciones se identificaban estas dos instituciones y las dos ciudades.[14] La Iglesia se encargaba de los asuntos de Dios, mientras que el Imperio de los asuntos terrenales.

Otra interpretación de las dos ciudades de San Agustín, quizá la más famosa, para saber quién debía mandar a los hombres en la tierra, es la que empezó el papa Gelasio I. En una carta que mandó al emperador Anastasio en 492, declaró que había dos fuerzas que gobernaban el mundo: la sagrada soberanía del sacerdocio y el ejecutivo poder del príncipe. Ambas fuerzas eran otorgadas por Dios. El poder sacerdotal era superior al del emperador, ya que la Iglesia guiaría incluso hasta el alma del emperador. Sin embargo, la autoridad eclesiástica se tenía que atener a las reglas de carácter secular impuestas por el emperador.[15]

En este sentido, de acuerdo con San Agustín, la Ciudad de Dios está a cargo de la Iglesia, mientras que la Ciudad Terrenal del Estado imperial. Ambas ciudades coexisten en la tierra y el fin último de la Iglesia y el Imperio es que el hombre alcance la salvación. Esta teoría es llamada la teoría de las dos espadas y de ella derivó el derecho divino de los reyes, la idea de que los reyes son elegidos directamente por Dios.

Carlomagno estuvo muy influenciado por San Agustín. La Ciudad de Dios era de sus obras preferidas. Thomas Sidey cita de la última edición de Vita Caroli lo siguiente: “no hay razón para dudar que este libro ilustró toda la concepción del Imperio de Carlomagno, y que fue una de las más profundas influencias en su pensamiento político religioso”.[16] Sidey escribió que Carlomagno vivió cuatrocientos años después de que fue escrita La Ciudad de Dios. Ya para entonces la Iglesia católica era una institución fuerte, y sin duda había remplazado al Imperio Romano y al César. Carlomagno se dejo coronar en el año 800. Este acontecimiento fue muy relevante en el desarrollo de la política medieval porque Carlomagno se coronaba como representante del Cristianismo; era el emperador que representaba a La Ciudad de Dios y por lo tanto a la verdadera fe. Él estaba sustituyendo al antiguo imperio terrenal.[17]

Carlomagno era el gobernante terrenal encargado de la ciudad divina. Desde la caída de Occidente hasta la de su gobierno no había existido una unificación del imperio bajo el control de un solo actor político. En palabras de David Knowles: “Él se veía como el gobernante divino electo por la Cristianidad”.[18] El hijo de Carlomagno no pudo conservar el poder y nunca se repitió en su totalidad. El poder en Europa se dividió en monarquías y todo “poder” del Imperio sólo eran palabras y no el poder en sí.[19]

Guillermo de Ockham fue uno de los últimos defensores del Imperio como encargado de la sociedad civil en la ciudad terrenal. Él fue un teólogo del siglo XIV y ya para entonces el poder papal era muy débil, al igual que el del emperador, además de que los monarcas adquirían poder y estaban dispuestos a obtener cada vez más.[20] Este personaje todavía dio una interpretación de La Ciudad de Dios de San Agustín.

Ockham consideraba que la Iglesia debía ser humilde y que no era el papel ni de la Iglesia, ni mucho menos del papa castigar. El papa no tenía potestad sobre el poder terrenal y la Iglesia debía encargarse de los asuntos espirituales:

(…) [E]l papa no tiene plenitud de poder en las cosas temporales. Cristo —que, aunque como Dios era dueño y juez de todas las cosas, tenía la omnímoda plenitud de poder sobre ellas— no tuvo, sin embargo, como hombre pasible y mortal, tal plenitud de poder y no podría hacer todas estas cosas sin una entrega de poder a Él de Dios Padre. (…) Cristo quiso renunciar a tal plenitud de poder durante el tiempo que vino a servir y no a ser servido, se sigue que no concedió tal plenitud de poder al papa, su vicario.[21]

También consideraba que San Agustín lo apoyaba y que el papa en realidad no podía tener potestad en la vida terrenal y que los emperadores eran los encargados de esta tarea. “(…) [D]ice San Agustín, comentando a San Juan: ‹‹¿Con qué derecho defiendes los límites de la Iglesia? ¿Con el divino o con el humano?›› Y más adelante: ‹‹Con el derecho humano se dice este esclavo es mío, esta casa es mía. Ahora bien, los derechos humanos son de los emperadores. ¿Por qué? Porque Dios distribuyó al género humano esos mismos derechos por mano de los emperadores y reyes.”[22] Ockham así considera que el papel de la Iglesia y del papa es sólo espiritual y por lo tanto los asuntos terrenales le pertenecen al Imperio.

la Iglesia y la política

Según Rex Martin, San Agustín buscaba que se alcanzara la justicia verdadera. El Imperio carecía de esa justicia y sólo mediante la república cuyo fundador y gobernante era Cristo se podría alcanzar. Esta república es la Ciudad de Dios, y la Iglesia utilizó esta interpretación para adquirir poder político.[23]

Gerhart Ladner interpretó que durante las primeras décadas de la Edad Media la distinción entre Iglesia e Imperio realmente no existían, sólo existía la distinción entre el papa y el emperador. Aunque la autoridad suprema era la Iglesia, el poder político lo tenía el Estado imperial. La función del Imperio era proteger a la Iglesia Universal.[24]

Fue después del gobierno de Carlomagno cuando el papado empezó a adquirir fuerza. Una nueva interpretación sobre las dos ciudades de San Agustín y sobre la teoría de las dos espadas de Gelasio I se empezó a formular. David Knowles ve que durante esta época los papas comenzaron a alegar que las dos espadas se le habían confiado a ellos. El papa adquiriría el papel de gobernador, y sería el responsable de los dos poderes.[25] Por eso el papa ahora sería el encargado de la salvación de las almas, pero también defensor de la paz y de la de la delimitación del mal en la ciudad terrenal.

La nueva doctrina fue aplicada por el papa Inocencio II. Su argumento fue que todos los poderes y personas estaban subordinados al Vicario de Cristo. “La Iglesia ahora se convirtió en el cuerpo de todas las cualidades (…) de Estado, y esta concepción unitaria de poder se fortaleció por el axioma del pensamiento del reinado aristotélico que decía que todos los agentes podían ser reducidos a un poder supremo, esto es, en este contexto, el papado”.[26]

Fue el papa Gregorio VII quien buscó la independencia de la Iglesia del Estado, fue la persona que se dio cuenta que el sistema ya no funcionaba. La causa fue que según Gregorio VII, era difícil de delimitar las funciones del Imperio y de la Iglesia, aunque el poder espiritual fuera superior que el poder terrenal.[27] Utilizando la interpretación agustiniana, si el poder de la Iglesia, el espiritual, era superior al poder terrenal, entonces era la Iglesia la que se debía de encargar de los problemas políticos en la tierra.

La supremacía total de la Iglesia fue expuesta por Tomás de Aquino. En sus obras se puede apreciar la poca relevancia que le dio al Imperio. James Wood Jr. menciona que el deseo máximo de la humanidad, según Aquino, era la felicidad eterna. Para alcanzarlo todos los deseos terrenales debían estar subordinados. Este deseo máximo no podía ser alcanzado únicamente por la dirección humana, necesita de la guía divina que sólo se podía obtener de la Iglesia.[28]

Existen diversos gobiernos para Tomás de Aquino. Sin embargo el principal es el gobierno de la Iglesia cuyo jefe es el papa. El motivo es que Cristo concedió ese poder a su vicario y esto se puede apreciar en su obra Opúsculo sobre el gobierno de los Príncipes en la siguiente cita.

Pues como se lo dio en su humanidad todo poder, como consta por Mateo 16, 18, él [Cristo] comunicó dicha potestad a su vicario, cuando dijo: “Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y te daré la lleve del reino de los cielos, de manera que cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Se encuentran ahí cuatro clausulas que significan en gobierno de Pedro y de sus sucesores sobre los fieles todos, y por lo cual con justicia se le puede llamar al Obispo Romano Sumo Pontífice, Rey y Sacerdote.[29]

Más adelante, Aquino da a conocer su interpretación sobre el poder papal en la Ciudad Terrenal. “(…) [C]omo lo dice Agustín en el libro XVII de La Ciudad de Dios, no parece erróneo llamar así a su sucesor, tomadas en cuenta las razones que pueden aducirse, que son claras”.[30] Santo Tomás dice que con la referencia bíblica San Agustín y otros doctores de la Iglesia ven a Pedro y a sus sucesores (los papas) como los que tienen derecho a manejar el gobierno de Cristo.

El papa tiene poder sobre todas las cosas, incluso sobre el poder terrenal. Cristo le concedió dominar sobre lo espiritual y como lo espiritual es superior a lo terrenal, entonces domina en La Ciudad de Dios y La Ciudad Terrenal. “Por eso se dice que es Sumo Pontífice tiene plenitud de las gracias todas, porque sólo él tiene todo el poder para perdonar los pecados, ya que de él, como del Señor, que es el sumo rey, podemos decir que “de su plenitud recibimos todos los demás”. Y no puede decirse que tal afirmación sólo se refiere a su potestad espiritual, porque lo corporal y temporal dependen siempre de lo espiritual, como la operación del cuerpo depende de la virtud del alma.”[31] De esta forma Aquino con ayuda del agustinismo justificó que el poder terrenal estaba en manos de la Iglesia y de su representante el papa.

La ambigüedad de las dos Ciudades

Para muchos autores las dos ciudades eran en realidad ciudades místicas, y ninguna institución humana era igual, ni las representaban. Gerhart Ladner argumenta que para San Agustín la comunidad que busca el bien supremo, que es Dios, no es el Estado, sino una sociedad supra-natural que se encuentra en la vida terrenal combinada con la sociedad terrenal. Para Agustín era indiferente el Estado como una comunidad y un territorio. El imperio y el reino terrestres no son Estados, más bien son formas de gobierno.[32] Pero fueron sus interpretaciones las que crearon las diversas teorías políticas.

Rex Martin considera que las interpretaciones de Agustín de Hipona acerca del uso de la política en la Ciudad Terrenal eran dudosas. Más que el análisis político de sus ideas y de sus obras, era el análisis de la política que se desarrolló durante el Medievo. Se adaptaron las ideas agustinianas a diversas teorías que justificaban el comportamiento de papas y emperadores. Los argumentos adquirían validez una vez que coincidían con los textos de San Agustín, es decir, toda idea estaba fundamentada con base al pensamiento agustiniano.[33]

Según Frederick Loetscher, Agustín era la fuente más confiable al que emperadores y papas acudieron para darle legitimidad a su “poder supremo”. En realidad él no había escrito un tratado político para explicar quien debería ser el actor dominante en la política: la Iglesia o el Estado.[34]

John Neville Figgis considerá que tanto papas como emperadores utilizaron la idea agustiniana de la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal. Lo que se quería lograr era crear un Estado perfecto que al final sólo había sido una ilusión:

Fue un noble sueño: el Estado perfecto con dos cabezas visibles, la una de lo temporal, de los espiritual la otra, colaborando armoniosamente en la conservación de la paz y en la ordenada conducta de los cristianos, y todo ello en una república que combina los elementos valiosos del antiguo Imperio Romano con todo los más esencial para la realización de la Ciudad de Dios. Pero, en general, no paso de ser un sueño, salvo en algunos brillantes e inciertos intervalos con Carlomagno (…)”[35]

Tanto emperadores como papas buscaba la justicia, pero esta tenía que ser cristiana: “No puedes tener justicia donde Dios no es adorado, y la única verdadera comunidad será en la que Cristo es rey”.[36]

Los emperadores eran designados por Dios y los papas eran los vicarios de San Pedro, por esta razón ambos tenían que justificar su poder en la teología Cristiana: “Tanto el emperador como el papa se ven obligados a apoyar sus pretensiones en el Derecho Divino, puesto que ambos se sienten ser cabeza de algo más que un Estado temporal (…). Así pues, resulta que todas las pretensiones de supremacía, tanto del emperador como del papa, se fundan en un concepto esencialmente religioso. A ninguno de los dos (…) puede ocurrírseles que la esfera de la teología se separa de la política, o que la fuente de toda especulación política se encuentra fuera de la revelación”.[37] Por lo tanto las ideas agustinianas fueron de suma importancia para la política medieval.

Opinión del Autor

San Agustín al referirse a la Ciudad de Dios y a la Ciudad Terrenal se refería a dos lugares metafísicos y no a ciudades físicas como las ciudades griegas. Sin embargo la Iglesia fue considerada por San Agustín coma la representante de la Ciudad de Dios en la Tierra y el Imperio de la Ciudad Terrenal. Por lo tanto la Iglesia era la que se debía de encargar de la salvación de las almas y el Imperio era el encargado de la limitación del mal. En un principio así fue como funcionó el sistema, y aunque era más importante lo espiritual la Iglesia no se entrometía mucho en la política terrenal.

Sin embargo el fortalecimiento de los papas hizo que se tergiversara el pensamiento de Agustín. Dieron una nueva interpretación de las ideas del obispo de Hipona para poder justificar su poder. Esto se debió a que San Agustín no fue del todo claro en qué institución humana se debía encargar de brindar y mantener la paz, limitando el mal, en la sociedad civil pata que de está forma se alcanzara la vida eterna. La Iglesia se había hecho, como menciona anteriormente, la represente de la Ciudad de Dios en el mundo temporal, pero después en la búsqueda de poder, el papa y la Iglesia se quisieron hacer cargo de la política terrenal.

Las interpretaciones agustinianas se debieron a que tan débiles o fuertes estaban los papas y emperadores. Sin embargo, hay una característica que tuvieron todas las interpretaciones de San Agustín y es que la teología siempre estuvo ligada a la política y ambas autoridades trataban de legitimarse en el derecho divino que Dios les había concedido. El argumento religioso fue necesario dado que el Cristianismo era el que brindaba toda fuente de poder al considerar que el gobernante de la Ciudad de Dios y de la Ciudad Terrenal era Cristo. Papas y emperadores buscaban ser los representantes de Cristo en la Tierra.



[1] J. P. Mayer, “Imperium Romanum” en Trayectoria del Pensamiento Político (México: Fondo de Cultura Económica, 1994), 44.

[2] San Agustín, La Ciudad de Dios, Libro XIII, cap. III.

[3] Ernest L. Fortin, “San Agustín” en Leo Strauss y Joseph Cropsey, Historia de la filosofía política (México: Fondo de Cultura Económica), 184.

[4] San Agustín se refiere a la carne a toda acción humana cuyo fin principal no es Dios. Se refiere al cuerpo y a los placeres corporales.

[5] Fortín, Historia., 195.

[6] San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIX, cap. XII.

[7] Fortin, Historia, 197.

[8] San Agustín, Del libre albedrío, libro I, cap. VI.

[9] Fortin, Historia, 184.

[10] Martin, “The Two Cities,” 197-8.

[11] Íbid., 201-2.

[12] Íbid., 202.

[13] Íbid., 204.

[14] Íbid., 203.

[15] David Knowles, “Church and State in Christian History,” Journal of Contemporary History, vol. 2, no. 4 (oct., 1967): 7.

[16] Thomas K. Sidey, “The Government of Charlesmagne as Influenced by Augustine’s City of God,” vol. 14, no. 2 (1918):119. “There is no reason to doubt that this book colored Charlesmagne’s whole conception of the empire, and that it was one of the deepest influences in his politico-religious thinking” (traducción propia).

[17] Íbid, 124.

[18] Knowles, “Church and State,” 9. “(…) he saw himself as the divinely ordained governor of Christendom” (traducción propia).

[19] Íbid., 9.

[20] Íbid., 11.

[21] Guillermo de Ockham, Sobre el gobierno tiránico del papa, libro II, cap. 9.

[22] Ockham, Sobre el gobierno, libro II, cap. 11.

[23] Martin, “Two cities,” 208.

[24] Ladner, “Medieval Thought,” 406.

[25] Knowles, “Church and State,” 10.

[26] Íbid., 10. “The church had now become a body with all the qualities and claims of a state, and this unitary conception of power was strenghened by the axiom of the reigning Aristotelian thought that all agents could ultimately be reduced to a single supreme one, that is, in this context, the papacy” (traducción propia).

[27] Ladner., “Medieval Thought,”409.

[28] James E. Wood Jr., “Christianity and the State, “ Journal of the American of Religion, vol. 35, no. 3 (1967): 261.

[29] Tomás de Aquino, Opúsculo sobre el gobierno de los Príncipes, Libro III, cap. X.

[30] Aquino, Opúsculo, Libro III, cap. X.

[31] Aquino, Opúsculo, Libro III, cap. X.

[32] Gerhart B. Ladner, “Aspects of Medieval Thought on Church and State,” The Review of Politics, vol. 9, no. 4 (1947): 404-5.

[33] Rex Martin, “The Two Cities in Augustine's Political Philosophy,” Journal of the History of Ideas, vol. 33, no. 2 (1972): 197.

[34] Frederick W. Loetscher, “St. Augustine conception of the State,” Church History, vol. 4, no.1 (mar., 1935):16-7.

[35] John N. Figgis, “El Sacro Imperio Romano y el Papado”, en El Derecho Divino de los Reyes, (reimpr., México: Fondo de Cultura Económica, 1982), 41.

[36] John N. Figgis “The State”, en The Political Aspects of S. Augustine’s ‘City of God’ (1921), http://www.sacred-texts.com/chr/pasa/chap03.htm (Fecha de consulta: 13 de mayo de 2008).

[37] Figgis, “El Sacro Imperio Romano y el Papado” en Derecho Divino, 42-3.

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